domingo, 30 de junio de 2013

basura

Veía siempre a mi vecino
marroquí
-nunca supe su nombre-
en el portal,
salir hacia el trabajo,
cuando iba a rezar.

La sonrisa más sincera de la mañana.

Era de los que,
decimos,
vino a robar
nuestros puestos de trabajo.

Después dejé de verle
en el portal.

Le veía
rondando los cubos de basura.

Eso no nos molesta.

Seguía sonriendo educadamente,
peor vestido,
algo avergonzado.

Nunca tengamos que buscar en contenedores
o diremos
que ese marroquí, vino a robar
nuestra basura.


miércoles, 26 de junio de 2013

tranquilo

si quieres
tener un hijo,
tener una casa,
tener un coche,
tener un televisor,
sólo
tienes 
que buscar un trabajo
y conservarlo
toda la vida.

Si dedicas esa vida
a progresar en el trabajo, 
puedes
ascender.

Entonces,
puedes
tener una casa mejor,
tener un coche mejor,
tener un televisor mejor
y
quién sabe, quizá
un hijo mejor,
un hijo que lo tenga fácil si
quiere
buscar un trabajo
y conservarlo
toda la vida.

Entonces,
puedes 
irte cuando quieras,
tranquilo
de haber hecho todo
lo que
tenías
que hacer.

entre Madrid y el cielo


Una nube de polución amarilla
alimenta
la sed de fuego del atardecer, haciendo
brillar el horizonte,
incandescente.
                                                               
Es lo que separa
hoy
                                        Madrid
del cielo.

Un yonki intenta levantar
a otro,
semidesnudo,
entre la hierba
seca
de un descampado, pegado
a las vías.
Una pareja discute
dentro de un BMW.
Un señor,
vestido con un mono de trabajo,
vuelve a casa en bicicleta
por el arcén
de la autopista.

Tú llevas toda la tarde demasiado callada.

He vuelto a casa
y estaba vacía
                            demasiado
vacía.
Al mirar por el balcón,
un niño
juega sólo
con una pelota.

Todo esto, también
separa hoy
                                         Madrid
del cielo.


jueves, 20 de junio de 2013

nada excepcional

 No tenía pinta de que fuera a pasar nada excepcional. Yo apoyaba la espalda en un banco, frente a su casa. Ella se sentaba sobre el mismo banco, a horcajadas, mirándome a mí.

 Me contaba qué tal había ido el día, después de un fin de semana en que creo haber rozado el límite de lo que puede asimilar mi organismo. Los dos lo sabíamos. Me contaba las putadas de un jefe que siempre exige más porque a él le exigen otros jefes, lo insulso que resulta tener que trabajar en curros que jamás hubiéramos imaginado, el humor negro de tirar la vida por un sueldo,  lo de que el futuro está fuera, la anécdota de tener que usar, por primera vez, un destornillador eléctrico.
Mientras, un tipo bastante gordo, tiraba una pelota contra una canasta. Yo seguía la trayectoria del balón de reojo. No acertaba ni una, pero le ponía bastante empeño e imitaba las posturas de los jugadores profesionales. Sudaba abundantemente. Resultaba extravagante y algo triste.

 El sonido de la pelota contra el tablero impactaba en mi cerebro y me impedía pensar con claridad y prestarle a la conversación la atención que reclamaba.
Aún había mucho veneno fluyendo dentro de mí . Estaba pálido. Y tardaba en reaccionar. El día entero había sido un infierno lento, pero no decía nada. Sólo intentaba escuchar.
            
            -  ¿Qué te pasa? – Preguntó.
            -  Nada
            -  No te ralles
            -  No me rallo… pero … no mola

 Otra vez lo de siempre. Otra vez lo de beber y fumar hasta hacerme daño. Otra vez lo de tirarme la mitad de la semana arrastrando la resaca. La mitad de una vida. Pero esta vez había pasado un umbral que me asustaba de verdad, con el ataque de pánico y la alucinación que me atraparon en una habitación oscura.

 No le prometí dejar de beber, porque no podía cumplirlo. -El hombre gordo encestó- Sí le dije, o me dije en voz alta, que tenía que fumar menos yerba y evitar las bebidas de alta graduación, porque no me sientan nada bien. –El gordo le iba cogiendo el truco-. Ella se dio cuenta de que miraba al aspirante a jugador de baloncesto y empezó a liarse un cigarrillo.

 Alguien gritó mi nombre desde detrás nuestra. Me giré bruscamente y mi corazón empezó a acelerarse y a subir calor hacia mi cabeza desde el cuello.
Estaban llamando a un puto perro que se llamaba Kiko, también. Un perro enano. Nunca le ponen Kiko a un perro con gracia o imponente.. –Pensé-

 Ella me miraba con lo que parecía una mezcla entre cariño y resignación. Tampoco estaba para interpretar miradas. Fumaba su cigarro y permanecimos en silencio unos segundos. Sé que había tenido un día de mierda en el curro y yo no era capaz de de decir nada, ni de comprender su cansancio y su hastío. Ni siquiera conseguía seguir bien la conversación. Una parte importante de mí seguía atrapada en esa habitación.

Se estaba haciendo de noche. No me gustaba.

 Empezamos a despedirnos. Le agradecí que estuviera a mi lado, siempre.

              -  No te ralles, en serio.- Me dijo. Tenía la mirada cansada, de verdad.
            - No sirve de nada sentirme como una mierda.- Fue lo único que se me ocurrió decir.

 El jugador se había retirado. Justo cuando mejor lo estaba haciendo. No me di ni cuenta.

 La besé. Nos miramos. Me di cuenta que daría cualquier cosa por tirarme la noche entera mirándola fumar. No se lo dije. La abracé muy fuerte y nos fuimos.

 No nos hizo falta, después de todo, hacer promesas en voz alta que nadie iba a cumplir. Sí me prometí, sin embargo, a hacer todo lo que estuviera en mi mano para verla feliz, porque lo merece. Por la mala suerte que ha tenido conmigo. Enamorarse así de un joven borracho que ni sabe beber. De un idealista sin esperanza. De un obrero sin herencias que no encuentra su sentido en el trabajo. De un escritor de pacotilla, sin libro, al que le duele y le pesa, cada vez más, su propia literatura. De un tipo raro que no se fía de su propia mente y que nunca ha sabido demostrar muy bien que está loco por ella.

 Me monté en el coche y no quise ni pensar qué hubiese sido de mí si no se hubiese cruzado, un día cualquiera, en mi camino.


 Conduje de camino a casa sin demasiada prisa, ni motivos. El sonido rajado de un saxo, en la radio, rompía la noche y la monotonía pausada de la carretera. Bajé las ventanillas. Pude sentir que refrescaba. Un viento frío recorría Madrid sin detenerse en quién cojones era yo, ni qué andaba haciendo. Llegaba con fuerza de sobra para arrancar de raíz cualquier pensamiento. Era muy agradable. Me hacía sentir ligero, prescindible. Pise el acelerador a fondo y el coche respondió. En verdad, no paso nada excepcional aquella tarde.

martes, 18 de junio de 2013

las cuatro menos diez y unos segundos

En mitad de una noche densa
de mosquitos,
con toda la tensión en la mandíbula
de relámpagos que no
eyaculan,
le he quitado la pila al reloj
despertador,
porque me estaba taladrando.

Las agujas marcaban
-y marcan-
las cuatro menos diez

unos segundos.

Llevo flojeando todo el día,
en el trabajo,
en casa,
por teléfono,
frente al teclado,
en el amor,
en la familia,
al masticar comida,
en todo esto
de vivir.

Es agotador
todo
lo que se supone
pueden
exigirte.

Es triste
que un reloj
al que han arrancado la pila
tenga que dar la hora bien,
al menos,
dos veces al día.

martes, 11 de junio de 2013

la brújula que perdieron las gaviotas


Encuentro defectos
terribles
en todas las mujeres
que puedo resumir en los míos más evidentes,
con la asquerosa facilidad de síntesis 
que tienen los espejos.

Sé perfectamente que puedo amar a cada una
y cortarme la lengua
o las huellas de los dedos,
sobre todo si soñé con ella
antes de conocerla,
por mi condición de sediento,
por mi condena a ser devorado cada noche
y cicatrizar si asoma detrás del horizonte
para que vuelva la sed.

Con ella es diferente,
es más sencillo.

Si hay defectos
desaparecen detrás de la primera sonrisa,
como la luz
de los eclipses,
Una sonrisa que te apunta a la cabeza y te pide
que saques la mano del bolsillo
muy despacio.
Una sonrisa
que persiguen las gaviotas
cuando se han perdido,
y yo, que jamás supe muy bien por dónde andaba,
caí en la cuenta, cuando apuré la última gota,
que hacía años que no sabía del mar.

Para unos cuantos,
que debemos nacer con un lunar en nosédónde,
la felicidad,
no es más que una palabra vacía
que llena otras bocas,
porque un perro al que han apaleado,
se tumba después,
como todos los perros,
a ver qué pasa,
pero ella hace pensar que, de existir,
la felicidad deba ser muy parecida
a este sensato desprecio
que empiezo a sentir
de nuevo
por la muerte.

en vivo

Fue un bofetón
de verde realidad
a unos labios tramposos,
ávidos
de beber de sus pechos
las erizadas gotas del alba.

una fuerza en su cabeza
clavó su postura en rebeldía
contra la voz inútil del inútil viento.

sus ojos me miraron, como fruta húmeda,
mostrando
en su corazón
carnosas bombillas,
iluminando y saciando mi cuerpo seco,
vacilante,
al desafío de casi rozar
su cuerpo.

dibujamos intermitentes sombras
surrealistas, que bailaban
pisándose los pies.

rió su orgullo
con la inocencia de una luna semiciega
ante el empalagoso perfume
de la noche,
segura de no mostrar sus seis esferas
a la tenue luz de la cúpula roja,
en una tienda de campaña coronada
de un millón de insectos
con sus seis millones de estrellas
sin párpados.

cedió toda voluntad a las caricias
de ojo guiñado.
bebimos
de la risa que brotó al morder sus labios
y su sabor fue como aquella primera pedalada
sin ruedines.

sus esferas cabalgaron
libres,
con los ojos vendados,
brillando de sudor.

el alambique del amanecer
alumbró su vientre
templado
sobre un rasurado horizonte
de neón.

una sombra entraba en otra,
fueron una sombra sola,
luego,
no hubo sombras,
ni besos.

cuando llegó el día,
no quiso volver a saber de maldiciones.

se llevó su nombre,
se dejó las drogas.

yo me fumé el vacío que dejó junto mi cuerpo.


lunes, 10 de junio de 2013

el león del zoo

Algunas veces tengo
un hambre que resulta suficiente
para enfrentar el día,

pero hoy no.

Hoy miro el espejo y veo
alguien 
que ha asumido
la derrota
del león del zoo.

Alguien
que  ha aprendido 
que no sirve de nada
luchar contra barrotes
con las manos.
Ni contra todo 
el Hormigón del hombre.

Los molinos 
cargan 
pelotas de goma.

A veces 
tengo ataques de sensibilidad
y decido dejar de embestir
con la cabeza
cuando el muro
ni se inmuta.

Aunque no acumule demasiadas
primaveras,
dibujadas en mi espalda
con cuatro líneas verticales
y una oblicua
cada cinco,

aunque
es verdad
que mi aspecto
no es
malo del todo,

veo reflejada la mirada
de un tramposo
frente a mi
que brilla con luz mate
y no ilumina,

que acumula tanta mierda 
como el fondo
de una piscina,
ruina de romanticismo
caducado,

enterrando semanas,
como cadáveres
con los dedos fuera.

La resignación cobarde
hace eco,
superpuesta
hasta la infinitud.

Ése no soy yo
-me digo-

No,
el que no eres tú
es ése
de ése otro lado
-me contesto-
que finge tantas veces
ser valiente

mystic river

Estaba llevando a cabo la única manera
que se me ocurría
de follarme el lunes,
para que arrastrara después
la semana
oliéndome el culo,
cuando sonó el teléfono.

Paré la película
y dejé la cena a medias,
para que se enfriara.

Era la abuela.

Se le notaba triste.

Yo llevaba
más de una semana sin llamar,
mucho más
sin pasar por su casa.

Le dije que,
últimamente,
tengo muchas cosas que hacer.

Me hizo las mismas preguntas de siempre,
acerca del trabajo,
del dinero que gano.
Preguntaba
si me van bien los talleres,
que si va gente,
y el dinero que gano.

Ella se ha gastado mucho dinero
en luz
la semana que fuimos
a su casa del pueblo.

Me ha contado también
que pasa mucho tiempo sola,
que apenas
pisa la calle,
lo harta que está de la tele,
que sólo hablan de política
y de muerte.

Yo me limitaba a contestar
sus preguntas.
Pensaba en la cena enfriándose
y en el gesto tan raro
que se le había quedado a Sean Penn
llorando
al descubrir el cadáver de su hija.

Quizá mañana,
la llamara más tranquilamente.

Me dijo que se notaba que quería colgar.

Me dio las gracias por haberla llamado.
Los dos sabíamos que era ella
quien había llamado,
pero no dijimos nada.

Se puso mi abuelo,
que no oye bien
y hablamos de memoria.

No voy a terminar contando cómo
murió a los pocos días,
ni nada por el estilo,
¿qué cojones esperabas?

Me acosté pensando
que un día de estos 
iría a verla,

pero que, mañana,
tenía muchas cosas
que hacer. 

nuestro pequeño imaginario colectivo

Estábamos sentados en la plaza
bebiendo botellines,
como siempre.

A los diez minutos ya estábamos al día
de la vida de los demás.

Nos mirábamos y podíamos ver
que seguíamos siendo
los de siempre.
Algunos
aún se conservan bien.

Repasábamos anécdotas
de año tras año
en esa misma plaza.

Empezó a ponerse el sol
y a hacer frío.
Nos levantamos
cuando aún quedaban historias que repasar
en la memoria
y reír
hasta ver al sol salir 
de nuevo.

Cuando nos fuimos a casa,
se podía adivinar,
en la manera de decir:
hasta la próxima,
la extraña sensación de que,
quizá,
la vida
no sea tan corta
como dicen.