lunes, 28 de julio de 2014

argentaria

ha buscado en todos los cajones del gran mueble del salón. en todos. de uno de ellos, que se resistía a abrir, se ha desprendido el pequeño asidero dorado que hace de tirador,  anulando el cajón y su contenido. pude ver que mi abuelo fingía acorralar con la mirada la trayectoria de la pequeña tachuela brillante por el suelo, hasta acabar debajo del sofá. tras reconstruir los tres o cuatro golpecitos metálicos, se ha agachado pesada y cuidadosamente a recogerla. ahí estaba. es alucinante cómo ha podido seguir el levísimo tintineo de la manecilla, hasta dar con ella, cuando hay que gritarle, literalmente, al oído para que entienda tres palabras. no me ha dejado que le ayudara a levantarse del suelo. primero, se ha puesto de rodillas, luego sobre una sola pierna y después se ha ayudado de la mesa para incorporarse.  una vez de pie, ha observado la pequeña pieza como si la regañara por abandonar su puesto y la ha colocado en el cestito de mimbre en que guarda las cosas que hay que hacer. al final, parece que el incidente le ha hecho recordar. ha encontrado lo que buscaba. estaba resguardado del polvo y del tiempo, dentro de una caja de zapatos, con los demás objetos que mi abuelo guarda como pequeños tesoros: un par de sacacorchos, cinco o seis barajas de cartas, un reloj que se encontró y asegura que está chapado en oro, a saber cuántos puros de boda, un puñado de llaveros, un anillo, un agenda imitación piel del 89, e innumerables achiperres,  de los cuales desconozco el nombre y la utilidad. entre ellos, hay una cajita de plástico azul oscuro con forma de pequeño estuche rígido, en cuya tapa superior, estampado con letras amarillas, destaca una palabra: ARGENTARIA. lee esto último en voz alta. es lo que mi abuelo buscaba.

cierra, con mucha suavidad, su caja de zapatos y la guarda pausadamente en un cajón de su mesilla de noche, como intentando memorizar las pautas, para la próxima vez. ahora sí, me enseña el misterioso contenido de la cajita azul. en su interior, una pluma plateada descansa sobre un molde de tela con tacto aterciopelado. cierra la caja y me la ofrece. me dice: - para ti, para el próximo libro -. le doy las gracias y un abrazo. estoy un poco emocionado, pero intento mantener la compostura. sé que para mis abuelos están siendo unos días difíciles. le contesto con una sonrisa y le digo que termine la tarta, que se le va a derretir. es el primer año, de noventa  con los que cuenta, que no pueden estar en el pueblo para la fiesta grande, a excepción del año que murió la tía. la abuela apenas puede caminar y, la verdad, están mejor atendidos en Madrid. él asegura que apenas se ha acordado de las fiestas, pero sé que miente, para que yo no me sienta mal.  sabe que a mí me ha tocado currar este año y que me jode. pero en el fondo no me importa ni una gota de lo que le duele a él, que tiene que ver cómo la mujer de su vida apenas sí se levanta de una silla. y ahí estamos los dos, el abuelo y el nieto, mintiéndonos sobre los sentimientos de estar tan lejos de donde querríamos estar. nos une una pequeña complicidad de exiliado, intentando tragar la congoja, acogiéndola a sagrado, con una media sonrisa muy auténtica. le vuelo a abrazar y salimos de la cocina.

- comprueba si escribe- me dice. lo intento varias veces, primero sobre la cajetilla de tabaco y luego sobre distintos tipos de papel. la tinta está seca. no escriben, pero le vuelvo a mentir - perfectamente, abuelo- le grito. él sonríe y se termina la tarta. le dije que el libro anterior se me había agotado, que estaba a la espera de que la imprenta me mandara más. no creo que sea un libro que pueda leer mi abuelo. creo que lo comprende, por cómo me mira siempre que le digo que me he quedado sin ellos y cómo dice - al final te vas a hacer famoso- . después de la tarta, entre los dos, hemos ayudado a la abuela a dar unos pasitos hasta la puerta y de nuevo a la silla. al despedirme, le he vuelto a dar las gracias por la pluma y me ha dicho  - no seas tonto, para qué la quiero yo - 

siempre espera en el umbral de la puerta a que cruce la esquina de la calle. más tarde, en casa, he sacado la cajita azul de la riñonera y me he quedado mirándola. por fin, he llorado a rienda suelta y he acabado riendo como un loco, al darme cuenta que tampoco le he dicho que, en realidad, como ahora, casi siempre escribo en el ordenador.

lunes, 7 de julio de 2014

despeinado


la vida es multidireccional, a veces, incluso puede permitirse los colores, pero circula en un sólo sentido. no es nada nuevo. hace soportable la existencia del cometa: avanzar perdiendo masa, para que los demás podemos ver y, con ello, analizar, su estela. 
el irrefrenable impulso, puede causar un pequeño vértigo. la sensación es similar a caer con los ojos cerrados.
cuando consigo despejar la cabeza, echo un vistazo hacia atrás, e intento calcular la velocidad aproximada. el resultado me suele salir con algunos decimales de tristeza, pero permite unos instantes de prófuga lucidez. casi siempre vuelvo despeinado..