miércoles, 15 de enero de 2014

cuchillas

Nadie me enseñó nunca cómo debía afeitarme.
no guardo ningún recuerdo
de una figura adulta, detrás de mí,
enfrente del espejo,
dictando pacientemente cómo debía deslizar la cuchilla
para no levantarme la cara.
sí recuerdo
que le cogía las cuchillas a mi padre, para afeitarme a escondidas,
que él, a veces, se daba cuenta y decía que era
demasiado joven.

con el tiempo,
el ritual del afeitado se instauró en la rutina,
como sí siempre hubiese estado ahí.
entonces, en casa,
cada uno teníamos nuestras propias cuchillas. las mías,
las robaba en el supermercado,
antes que decidieran meterlas en cajitas con alarma.

en aquella época,
haber aprendido a afeitarme sólo,
era algo que podía hacerme sentir orgulloso.
ese tipo de cosas
tenías que aprenderlas por ti mismo,
como a pelear, o sobre drogas,
o cómo follarte a una tía como dios manda. Cosas de hombres.

creo que nunca he llegado a afeitarme bien,
y la he pasado putas.

años después, en el instituto,
esperaba, antes de entrar en casa, que dejara de sangrarme la nariz,
si otro golpeaba con mayor determinación
y más fuerza.

también he buscado refugio, muchas veces, en las drogas
y no he aprendido nada.

me gusta pensar, sin embargo,
que, a pesar de la experiencia, a pesar de ese dandi con pasta
y del guaperas de la clase,
con las mujeres, todos moriremos principiantes.

he encajado todas las derrotas. hace unos cuantos años ya
que decidí dejarme barba.