miércoles, 31 de mayo de 2017

EVANGELIO SEGÚN WALT WITHMAN







«creo que una hoja de hierba no es menos que
el trabajo de las estrellas»
W.W.

Las rosas se abren,
acudimos los insectos, algún pájaro
articulando las mañanas
en desordenada composición equilibrista.
Benditos insectos.           Benditos pájaros.
Bendito excremento y su libre traducción
de impresionismo.

No beben de esta flor las calaveras
que abrieron al asfalto ardiendo de la noche más larga.
El tráfico hojalata suda agotador, un día cualquiera.
Mariposas ríen con la espalda y nadie baila, a nadie
importa el pulso decidido que cerró el periódico
y abrió los ojos.
Un chico de mi edad pide palabras sobre cartón
y un barco ciego embiste toda civilización, abriendo
la gruesa piel de jabalí en nuestros bolsillos,
fuego cruzado lirios que revientan.
Corro a desenterrar la conciencia que guardé
en una cajita de latón, con cromos de la liga
y la primera carta del primer amor.
Cuando vuelvo, el chico de mi edad que pide
se ha marchado ya contando migas.
Las rosas se abren,
los insectos golpeamos el escaparate,
los pájaros maldicen el pan delante del espejo.
la primavera ha conseguido entrar
por un butrón de cotidianidad
con triple línea defensiva.
Un mundo global edulcorado
lastra su humanidad en los enchufes.
Parques con columpios,
quince minutos para disfrutar,
corbatas verdes de un primer trabajo.

Vida, suaviza la expresión, me desenvuelvo.
Aún queda nieve en las montañas, corre
por el cuello una gota de sudor
y un cuchillo ensordecedor de escarcha.
Leo cosas más interesantes en los ojos que en las rosas
que se abren, que caerán.
Insectos, pájaros, no conseguimos recuperar el rumbo,
recordar su olor.

MADRID - SANTIAGO DE CHUCO







Me ha roto por completo,
del triciclo al esternón.
En un autobús camino a atocha,
una naranja rueda por el suelo.
Un doscientos cincuenta y seis de enero
he visto llover añicos de porcelana.
La culpa es de Vallejo,
tensando la comba de Santiago de Chuco a mi ciudad.
Después, todo el Madrid que yo miraba
se rompía también.
Desde el triciclo al esternón.

LA LUZ DESDE UN POZO





Estoy haciendo añicos las estatuas,
leña del hogar,
con los motivos, naufragios poemas
por no admitir que vence el blanco ruido,
hollín en las arterias.
Las tres brujas advirtieron, general,
de tu ambición.
La voz-anuncio recomienda medicinas.
Vence a tu oblicua luz mi subsuelo
de canastas sobre la bocina.

De momento
no es la muerte, no definitiva.
Un descuido a veces pone las sonrisas amarillas.
No nos podemos permitir la confusión: el amor -la lucha-
no es un animal de compañía,
un reservé, un zapato viejo,
un proyecto de vejez,
un estampado en guerra blanda.

No nos podemos permitir el frío: tan cerca de la cama
especular con el valor del pan.


Me faltan valor y horas de vuelo para afrontar la rotación.
Tú eres el hambre y las panteras. Sólo voy detrás,
muerto de miedo y manchas de humedad.
Tanta noche tanta duda tanto puto especialista
tan inaccesible el hueco para respirar entresemanas,
en la escurridiza deglución de las ciudades.

Centrifugando olvido qué bonita estás en el balcón,
qué azul tu vértigo, tu juego de esperanzas.
Le sobran precipicios a tus ojos y es mi culpa,
de mi vida en mate, de mi hostil velocidad.
Luzco alambradas abrazando cada flor,
una trinchera cobarde de narcóticos
te quiero
un gris acogedor pero insondable.

Le tengo que pedir todo el empuje de la fe y las cumbres,
a este puñado de inútiles palabras
que no piden perdón, piden

en una bolsa para el té,
cuarenta mil kilómetros de cielo.

LA PELEA





El día no levanta cabeza
cuando cruzas, por sus tripas,
la ciudad de Madrid,
por sí allí, en la otra punta,
se encuentra el futuro,
escondido dentro -demasiado dentro-
de esa oferta de trabajo que leíste en internet.

Es en realidad,
el mundo, que no levanta cabeza,
cuando andamos de oficina en oficina,
- o agencia
o bar
o tienda, lo que sea -
regalando nuestra historia en un papel con nuestra foto, que les mira e implora suerte.

En una salita con sillas de plástico
esperan los trece perros del hambre,
recelosos, porque saben que detrás de la puerta
sólo hay un bocado del filete
y somos demasiados.

Procuramos no mirarnos desde fuera,
cuando arrancamos a hablar
y sonreír, como en aquella foto,
fingiendo ser lo que buscan.

Al salir, nos colocamos el vestido
y limpiamos de nuestras comisuras
el semen de la burocracia,
alzando la mirada de reojo,
sobre las ventanas de ahí arriba,

hacia los despachos en que nuestra historia
es apilada sobre todas las demás historias.

Sé que ahora estás volviendo a casa, pensando en
si te llamarán.

Sé que hace frío. Demasiado frío.

Todo lo que hemos conseguido,
ha sido siempre después de mucho patear
y de luchar. No queda otra.

No te puedo prometer que todo va a ir bien
a partir de ahora.
Sé que estas volviendo a casa,
sí puedo prometer que voy a estar aquí,
que daría cualquier cosa,
- toda esa mierda del futuro y la esperanza-
por estar siempre, contigo,
en la pelea.

domingo, 21 de mayo de 2017

UN VIOLÍN, UN DOS Y UN PÁJARO




Tengo los párpados preñados,
cremalleras de tormenta;
me tiritan los tornillos
en un escalofrío atemperado;
lamen mis poros
lenguas de lagarto afiladoras,
melancolía sin justificante médico
y droga domadora de volcanes,
en un cóctel de voluble estabilidad.

Basta, para rasgar el vientre de la bañera,
deliciosamente insoportable,
el vibrar de cimientos
que apuntala en su muñeca
líquida
el violinista de la estación de Alonso,
atra-besándome con su arco de ébano y caballos.
Basta, para encender ventiladores de espuma
y dejar caer pedrusco sobre el peatón accidental,
la señora que siempre va delante en el bus,
corrigiendo el testarudo dos en un sudoku,
su raíz de pelo sin tintar, su risa nerviosa.

Basta,
para liberar cataratas de mercurio en las campanas,
que huya el gorrión de nuestros pasos:
No me conoces, compañero,
no soy el estrépito y las trampas del humano,
soy más gusano que ascensor.

Tanto reconforta, sin embargo, saber
que un violín, un dos, un pájaro,
pueden destruir a un hombre,
arrastrarle en los torrentes del deshielo,
tumbar las atalayas de su civilización,
dotarle de la intrascendente levedad
de una libre y juguetona
brizna de aire,
que arrastra el periódico de ayer.

CUCHILLAS






¿Qué sabemos cualquiera de nosotros del amor?”
Raymond Carver

Nadie me enseñó nunca cómo debía afeitarme. No guardo ningún recuerdo de una figura adulta, tras de mí, frente al espejo, dictando pacientemente cómo deslizar la cuchilla para no levantarme la cara. 
Sí recuerdo, que le cogía las cuchillas a mi padre para afeitarme a escondidas; que él, a veces, se daba cuenta y me mostraba lo joven e idiota que era.
Con el tiempo, el ritual del afeitado se instauró en la rutina, como sí siempre hubiese estado ahí. Entonces, en casa, cada uno teníamos nuestras propias cuchillas. Las mías, las cogía en el supermercado, antes que decidieran meterlas en cajitas con alarma.
En aquella época, haber aprendido a afeitarme por mí mismo, era algo que me hacía sentir orgulloso. Ese tipo de cosas, tenías que aprenderlas por ti mismo, como a pelear, o sobre drogas, o cómo follarte a una tía como dios manda. Cosas de hombres.
Creo que nunca he llegado a afeitarme bien y la he pasado putas.

Años después, en el instituto, esperaba que dejara de sangrarme la nariz, para poder subir a casa, si otro golpeaba con mayor violencia y determinación, a la salida.
También he buscado refugio lamiendo los colmillos de la serpiente, y sólo he encontrado más frío. No he aprendido nada.
Sin embargo, a pesar de mi relativamente corta experiencia, a pesar de ese tipo con pasta que cruza por la avenida principal en su descapotable, a pesar del cantante trasnochado y del guaperas de la clase, me gusta pensar que, con las mujeres, todos moriremos principiantes, mojando apenas nuestro tobillo insolente en sus magníficos océanos ignotos.

He encajado cada una de las derrotas de la vida con la tranquilidad del que se sabe vencido. Hace unos cuantos años que decidí dejarme barba.

IDEARIO




De mi familia, aprendí cuanto pude
de su temerario alpinismo de valores
sin cuerda de seguridad,
de su maravillosa letra torcida;
la chica de todos vuestros sueños
respira la luz tibia que le falta a mis pulmones,
lo suficientemente cerca para oír su caja de música
mientras duerme;
tengo un trabajo que haría gratis (créeme, lo he hecho)
y aún así
no concibo cada amanecer sino como una nueva lucha,
otra vuelta de pedal a plato grande,
un sincero bocado de dolor
en este baile de disfraces optimistas.
Cada caída nos moldea flácidos,
y somos de verdad en cada cicatriz.

Sólo quien ha mordido la escarcha,
puede escuchar los secretos del agua.

ESCRITOS LIBERTARIOS DE CHOMSKY

LA ARQUITECTURA DEL LENGUAJE

LA DESEDUCACIÓN DE CHOMSKY

martes, 16 de mayo de 2017

EL JARDINERO



Cualquiera
puede beber una botella de whisky cada tarde,
bajar corriendo por las escaleras,
escribir el mejor poema del nuevo siglo.

Cualquiera puede alcanzar la estantería de puntillas,
conducir un helicóptero.
Cualquiera
puede llegar a ser el dueño de una multinacional,
domador de cóndores,
presidente de algunos estados unidos que haya por ahí.

Es lo que le salvó de ser cualquiera,
lo único por lo que puede merecer la pena todo este lío:
la mirada inmensa con que el abuelo brilla,
sobre cualquier horizonte lejano o inmediato
- parece que un melocotón de ojos azules
se hubiese comido a mi abuelo-
porque sabe que dedicó cada segundo
a que ella no perdiera la sonrisa
entre el montón de ropa del recuerdo.

Y haberlo conseguido,
después de todos los tramos de escaleras,
del barro endureciéndose en la piel,
después incluso del noventa y uno,
como si hubiese sido un paseo,
sin darse mayor importancia
ni más gloria.
Con la redonda dedicación de un jardinero
para el que nada más alrededor
parece tener ningún sentido.

ES OBLIGATORIO EL USO DE LUZ ARTIFICIAL



La vida, la prefiero cuando es tibia
sin pulir, casi ambarina;
cuando no deja pasar toda esa luz que no necesitamos,
cuando apura la frenada
con todos sus defectos de embalaje.
Mi apuesta es ciega por las astillas decididas a quedarse
por una fuga, sin planificación,
a través de las alcantarillas
de este ígneo atardecer del extrarradio
y,
sobre todo,
por el vuelo cabezota de esta mosca contra la ventana
por no caer sobre la realidad untuosa del desfile
la flor seca la ropa de domingo.
No puedo
con todas esas cosas sabor fresa que
nada saben del sabor de la fresa.
Entonces, sólo entonces, puedo terminar el día
- o dejar que él termine conmigo -
y mostrarte el fruto gris
que escondí estúpida y celosamente,
asumir que su carne
no puede con el hambre de los mundos
guardarme un hueco para no decir
que toda esta culpa es mía.

HURACANES





Cuando una persona hierve de esperanza
en algún lugar del mundo,
en la otra punta se desata un huracán
de pies bailado mariposas.

Hoy, puede ser un maravilloso día cualquiera
para dar la vuelta al cuento
y apretar contra el tiempo los abrazos
las certezas,
los niños que se atreven a saltar
sólo por dar una lección de altura
a los aviones;

el papel que redobla de ilusión, que tuerce
los océanos, que aguanta el peso de los días
la ciudad;
la pluma que ha vencido las heridas
el césped en los pies, la plastilina. Hoy
puede ser un maravilloso día cualquiera
para mostrar el orgullo en nuestras manos, sucias
de futuro

para escuchar la música en la piel
de un chaparrón de abril por bulerías.

Hoy puede ser el día
para quien proyecta un águila en la voz

abrazando tiernamente
todo lo que se nos presenta inalcanzable.
Y, cuando un último haz de luz azul nos llame,
sabrás
que un huracán por ti se desató
en algún lugar del mundo.

GOTITAS DE PINTURA






Mi abuela, de vez en cuando, cierra los ojos, perdiendo la mirada por la pared, como si allí, entre las gotas de pintura, alguien hubiera salpicado desordenadamente sus recuerdos.
Se pone a hablar, muy despacio, del pasado, hilando historias. Es como si volviera caminar. Se le cambia la cara. Esquiva cualquier cosa que se le pone por medio, con mucha gracilidad y se permite recorrer, un rato más, esas imágenes de luz clara, antes de volver. Pero vuelve. Y vuelve la sombra. Y el trocánter femoral. Y hace frío. Y cierra la puerta. Y el agua templada. Y el abanico. Y esa puta silla de aluminio…
Como no le gusta el silencio -para ella, debe ser muy parecido al concepto que tenemos los demás de oscuridad- busca mis ojos de arriba abajo y me dice que, siendo como soy, nunca me va a faltar qué hacer. Sus labios se retraen y me enseña una preciosa sonrisa en blanco y negro. Aunque la dentadura le va grande o es el cuerpo lo que ya le va pequeño. Y ella insiste: córtate el pelo, que siendo como eres, no te faltará trabajo.
Nunca me permitió ser un vago. Repite, en un amago de orgullo, eso de que siempre ando liado con algo.
Si fuera ella quien me viera sentado en una silla, estoy seguro que no lo permitiría. Pero no es así, es ella, y no hay nada que yo pueda hacer.
A esa obsesión porque nunca estuviera quieto, porque no durmiera más de la cuenta, debo en gran medida esta especie de hiperactividad mental -soy una centrifugadora, un hervidero- no suelo permitirme descansar la mirada, ni dejar de preguntar por qué.
Por eso, por ella, que a veces me tumbe sobre una página en blanco e intente descansar. Nada de volcar, ni vomitar, que huele. Dejo a un lado el ejercicio, la ambición y la poesía. Simplemente, extenderme y dejar que las palabras hagan sudar la fiebre. A ver si esta noche duerme de un golpe el animal de tiro que me enseñaste a ser. Mañana, damos otro paseo.

domingo, 14 de mayo de 2017

LOS NIÑOS DE BOCA TORCIDA




«que salgan a matar
los niños de boca torcida, que están sin vacunar»
Poncho K


Aún
no nos hemos dado cuenta
-parece que ellos tampoco-.
Se ha puesto en marcha y no se puede parar,
una bestia con un corazón enorme,
pero con muy mala hostia.
Cuando tocaron a los niños
y dejaron en la cama a los más débiles,
sin que les temblara el pulso,
nos dieron el mando de la tele
y lo llamaron elegir.

Ahora que han roto las cuerdas del hambre
y le han dicho al pasado
que les vio crecer,
cuando apenas puede caminar,
que no,
que no era como prometían,
Que han cambiado las reglas.
«El mundo avanza con demasiada inercia,
abuelo, no moleste.»

Piensan someter eternamente la embestida,
con sus escudos de fibra,
a un mar que se sabe cada vez más valiente,
aunque hoy apenas les salpica.

Por mucho que intenten cortar los brotes
con saña,
la primavera se les ha ido de las manos.
Les tiene que correr una gota de sudor por la espalda
de premonición, que ni ellos
ni sus asesores de imagen,
saben interpretar.

Lo más fácil es que pasen los años
y nadie
haga nada,
se dicen por las noches
en voz alta, mirando a sus mujeres,
y les cantan a sus hijos estas nanas.
No se explican el silencio ahí fuera,
como si algo estuviese a punto de estallar.
No le dan la importancia que merece.

Hemos despertado,
los niños del otro lado del puente,
los niños de boca torcida
y ahora,
tenemos la pelota en nuestro campo.
Sólo hace falta que los adultos entren en razón,
y salgan con nosotros a la calle,
para escuchar cómo debemos posicionarnos,
porque va a empezar el juego.

CORTAR LOS VUELOS



Llevo más de una hora trabajando,
cuando el sol empieza a morder bombillas.
Me crece dentro - hacia dentro- una Raíz obsesionada
con que no saque los pies y hable sin pisar la línea.
Esa Raíz, mece mi pulso en su ironía cruel, me dice:
«Rompe el asfalto, ve con esos pájaros, al sur.
No son peligrosos esos sueños,
peligroso es darles de comer.» Y ríe, 
macilenta. La Raíz
mira conmigo el espectáculo.
demasiada libertad en tetrabrik, 
tijeras de cortar los vuelos,
y ríe, estrepitosamente, La Raíz,
dice: «Quiero también
sacarle música al vacío, como tú.
Quiero la caricia contundencia que me haga tambalear
definitiva,
romper la cuerda de tender y los embudos.
Quiero bailar en tinta sobre la ropa interior del viento.
Quiero media hora y, 
después,
media hora más.»
Y no sé si soy yo quien pronuncia el eco en el latón o
La Raíz.

Pero los pájaros, siempre
los pájaros.

Conduzco, mientras tanto, en dirección contraria,
hacia un invierno que no termina de empezar.
No Tengo prisa,
demasiado barro me elige compañero.
Quizá otra floración, quizá otra muerte.
Cada vez que intento ahogarla,
La Raíz me descubre mecheros, gasolina,
y amanezco donde comencé.

Tengo dónde caer y cómo levantarme;
tengo también un poco de luz de bote.
Entre los pliegues de la piel queda lugar para caricias.
Estoy bien, puedo seguir conduciendo, golpeando
cada una de las puertas.
Le digo que puede descansar,
que eso que se acerca no es una revolución.
Sólo es la tele.
Y a veces, finge estar dormida, La Raíz,
dejando un diminuto espacio para la vida.

PAPILLA DE FRUTAS



Sobre la una y media del mediodía, apartaba las espinas del pescado de mi abuela, mientras ella le ajustaba las cuentas a un puré de verduras. No le pone ninguna pega a la comida de hospital. Le preguntas, y siempre dice: muy buena, hijo.

La televisión de la pared estaba encendida, por capricho de la compañera de habitación, que es de esas personas -muy comunes y poco reconocidas- que parecen necesitar el sonido perpetuo del televisor de fondo, aunque no le hagan ni puto caso. Estoy seguro que hay casas en que la tele no está encendida, sino días enteros sin apagar. Pienso esto, a la vez que termino de limpiar el pescado de mi abuela, y ella mira mis manos, con una mezcla de gratitud y admiración. La otra mujer, en respuesta al tintineo que hace mi abuela con los cubiertos, ha subido el volumen del televisor con el mando que hay colgado a un cable, a uno de los lados de la cama.
Mi abuela pasa de la tele, dice que le da dolor de cabeza. 

Desde que vivo solo, principalmente por motivos económicos, no tengo tele. No suelo enterarme de la mayoría de cosas que ocurren en el mundo. Esto, creo,  me convierte de alguna manera en un ignorante.
Aunque me reconforta pensar que ninguno de los que dedican horas a recortar su sombra sobre las paredes del salón, se entera de la mayoría de cosas importantes que ocurren en el mundo. Todo el rato muere gente; siempre está naciendo alguien; las hojas caen en otoño y la mierda corre por las cañerías hasta el mar. No hay nadie ni más ni menos idiota que yo.
En casa de mi madre, tampoco era mi electrodoméstico favorito. Mi relación con este aparato ha sido siempre muy cordial, yo no me meto con ella y ella no hace demasiado ruido.

Esta vez, mientras mi abuela terminaba sus filetes de pescado limpio, he podido prestar atención en dos puntos, sobre los cuales debatía un semicírculo de lo que parecían ser periodistas, o bien disimulados,  dentro del televisor. Eran todos como de plástico,  con un maquillaje y un léxico muy elaborados. -Mi abuela había terminado ya el segundo plato. Come a toda leche.-  Al parecer, por un lado, doce personas han muerto intentando llegar a nuestras costas, con la promesa de una vida mejor. El dato a debatir ha sido si recibían disparos por parte de la guardia civil, mientras morían de asfixia. Seguidamente, como enlazando ambos temas con natural fluidez, elogiaban a un torero  muy guapo su manera de bailar tango en un programa de la misma cadena.


Ahí ha terminado mi ración televisiva, espero que por mucho tiempo, a la par que, para mi abuela, terminaba la ración de papilla de frutas que tenía de postre. Cuando me he despedido de ella, los periodistas habían subido el volumen de la discusión. El marcador digital marcaba crédito para cinco horas más de tele a discreción. Mi abuela me hace un gesto con la cabeza para que me marche y repite lo bien que ha comido, lo rico que estaba todo.

ALTAMENTE INFLAMABLE




Nosotros, que nunca nos preocupamos
en tener más peso
que los bolsillos descosidos del viento,
nos sentimos bien, miserables y ligeros.
Nosotros, que no pedimos más que otro atardecer
y otra botella de vino, mirando la vida
atada en corto al nuevo siglo, pasar por delante
con su ridículo traje de colores,
como si no existiéramos.

Nosotros, nuestra punzante necesidad de mar y amor,
porque nos ahoga lo que no se nos escapa,
todas esas cosas que no tienen profundidad.
No supimos consentir el hambre
en ningún pecho alrededor,
aunque aprendimos que la tripa se acostumbra al embutido
con sorprendente facilidad.

Nosotros, nunca nos quitamos el cartel de «en obras»
ni el «cuidado con el perro»,
porque siempre hemos estado a medio hacer
y no estábamos seguros
de si nos íbamos a arrancar a mordiscos.

A nosotros, las tardes, nos aprendieron a volar temprano,
se nos acumularon los domingos en la pila
y empezamos a usar vasos de plástico,
para no tener que dar explicaciones al resto de semana.
A nosotros no pudieron tatuarnos la rutina y la obligación,
ni educarnos fuera de la resaca tibia.

Nosotros, nos hemos quedado fuera
del recreo, el reloj y las chaquetas
por perder la noción, corriendo detrás
de mariposas de humo.
Qué bien os tengo y me faltáis, hijos de puta.
Qué bien habéis aprendido a jugar a esto de la vida,
bailando
en el filo de sus reglas.

DECIDIDO



Hoy me he levantado decidido
a quitarle los precintos policiales a la casa
y arrancar las telarañas que acumulo
detrás del esternón.

Hoy era el día, lo sé,
de abrir todas las ventanas, de pagar las multas
de cortarme el pelo, incluso,
comprar ropa y hacer algo de ejercicio.

Te prometo que he estado a punto.

Cuando apenas me quedaba medio soplo,
me ha picado el maldito insecto de siempre
- ya sabes cómo va-. En el cabal instante
en que sostenía la escopeta de matar desastres
con más firmeza y determinación que nunca.
No hay nada que pueda hacer contra ese bicho.

Inmediatamente - sabes cómo va -
me he tenido que sentar
que se me pone la cabeza carrusel,
agarrar lo primero que he pillado
y ponerme a rebatir conmigo mismo las razones,
la manera de que entiendas que
te quiero y nunca sé cómo decírtelo.
Te quiero sin la más remota posibilidad de armisticio
ni cinturón de seguridad;
te quiero nova supernova y de rodillas; te quiero
sobre todo cuando llueve;
te quiero traviesa como un juego de cuchillos de cocina
o si eres peligrosamente suave;
te quiero en cada uno de tus césped
o si sientes que te nace alguna espiga;
te quiero carmesí
porque no sé quererte tibia o parpadeo;
te quiero en cada montón de escombros;
te quiero y nunca sé cómo decírtelo.


Te quiero desde algún lugar remoto de mí mismo
donde por fin puedo parar a descansar
sin el ruido cruel del pensamiento;
te quiero porque embriagas la rutina
untando mermelada sobre el pan de ayer
y el pan de antes de ayer;
te quiero en la ternura de los primeros brotes
y en tu proyecto de lejana senectud
para el invierno;
te quiero porque a través de la escarcha
defiendes tu ramo de cerezas;
te quiero cuando, cerca,
no se puede distinguir dónde terminan mis cenizas
y empieza tu espesura, tu apogeo;
te quiero cuando, lejos,
la sombra del guepardo
cuelga inerte de una cuerda de tender
y tengo que decirle al viento que con eso no se juega.
No estoy aquí parapetado espantándole los pájaros
estoy aquí peleándome las faltas;

te quiero porque has puesto el clavel en las pistolas
en el punto álgido de mi ficción melodramática y
después, te permites mentir en el interrogatorio
que no es por ti que tiemblan mis cimientos,
que no sabes nada de una bailarina
caballito de mar
y solo de guitarra eléctrica.


Parece que puedo continuar,
que recuerdo mi directo de derecha,
que las telarañas y precintos policiales trasparentan
cuando aún atado al aspa del molino,
intento decir que (globo o plomo,
sangría o dínamo,
pandémica y celeste)
puede que no te quiera bien, qué sabe nadie,
yo te quiero así.

Nunca sé cómo decírtelo.

EL VIGILANTE DE SEGURIDAD TOCA LA MANDOLINA





A un grillo



Siento el mismo vértigo que tú,
al mirar el océano de luces, la ciudad,
desde aquí arriba.
A mí también me falta un puñado o dos
de aire,
al enfrentar la dura cáscara
de este retablo de títeres de alambre
que se presenta como una gran aventura.
También sudo tu miedo y tu ansia de ternura
y muero como tú
empujando las horas por la espesura irrespirable
de la duda y la necesidad.

Tampoco he sabido cómo empapar
la ociosa plasticidad de las espigas que abrazas,
su admirable capacidad de recuperación.

Quizá mañana, digo.
Quizá mañana,
cantas.

Vuelvo la mirada hacia la noche.
Te quiero porque no sé exactamente dónde estás.

Apenas me cuesta admitir
que sólo somos manchas de hollín,
el mismo grito vertical.

Yo, en silencio. Tú, campanas.

Compañero,
al final vas a hacerte daño
y puede que mañana necesites esas alas,
puede que ella no vuelva.
Ven, amigo, desde aquí arriba es todo más pequeño.

Seguro que te sabes una alegre.