de pequeño, tenía una única máxima en relación con el futuro:
nunca convertirme en un adulto. era un mundo que no podía comprender; un mundo
en que la gente prefería recibir algo de ropa, en lugar de juguetes, en los
cumpleaños. jamás podría sobrevivir allí.
pasaron los años y, gracias a la soporífera falta de conexión
con la realidad y con el suelo que me proporcionaron las revistas científicas,
decidí, en un alarde de originalidad, que existía una única manera enrolarme en
todo eso de crecer sin llegar nunca a considerarme un ser adulto, evitando por
ende envejecer y madurar, con todos los problemas que ello acarrea: debía convertirme
en astronauta.
de una antigua publicación de la revista “muy interesante” – el ejemplar
databa en los ochenta- , hice una libre interpretación de la teoría de la
relatividad, con la que redacté la mía propia, a base de principios no fundados
y alimentada con el auge de la ciencia-ficción, sobre la vida en el espacio y
sus ventajas.
salvado el lance de la astronomía, siendo consciente también
del molde y corte en cuanto a capacidades que requiere dicha vocación, me puse
a investigar, documentarme y tropezar – sobre todo tropezar- en lo que,
efectivamente, era el embolado de ponerse a crecer sin experiencia anterior en
la materia.
seguía zumbando en mi cabeza todo ese tema del futuro. hacía
un par de años que había acepado la traición de la ropa y los juguetes, cuando
me convertí en lo que yo mismo bauticé como libredescubridor, aprendiendo por
mi cuenta y riesgo de los grandes temas de la vida y la literatura.
decidí
entonces que mi vocación eran las letras. había algo que no conectaba del todo,
no concebía descubrir sin arriesgar. con lo que mi siguiente vocación frustrada
fue la de corresponsal de guerra.
por suerte llegó la adolescencia y arrasó con
cualquier resquicio de preocupación sobre el futuro. estamos hablando de finales de los
noventa, una generación posmoderna y hedonista que no veía más allá de su polla
y su canuto.
cuando empecé a ver algo de luz al final del túnel hormonal o, mejor
dicho, tuve mi primera extraña sensación de plano secuencia en el que me veía a
mí mismo desde arriba, sentado en un banco del parque, me preocupé. dejé de
fumar porros – me emborraba todos los días, pero es otra historia- y volví al
tema del futuro. ¿no es, al fin y al cabo, el único sentido social, cultural y especista
de nuestra vana existencia?
debido a mi personal y siempre insuficiente observación
sobre el mundo y a una traumática experiencia en hospitales – y en especial a los
cuidados de una enfermera del hospital de móstoles, que nunca olvidaré – decidí que lo mínimo que podía
hacer, en el contexto histórico, social y geográfico en que me ha tocado desenvolverme,
era dedicar mi vida a las personas. así siempre me quedaría la legítima potestad
de poner el mundo patas arriba.
con más ganas que acierto llevé a término mi mal pagada y poco
reconocida diplomatura en terapia ocupacional. mi paso por la universidad
también da para otra buena chapa. quizá otro día.
total, sólo quería contaros
que, por fin, realizo mi primer trabajo como terapeuta ocupacional; que estoy,
lo primero, agotado de andar de un lado para otro y, lo segundo, que no quepo en
las costuras.
me he tomado la libertad de contarlo así porque, cuando
compaginas dos trabajos para llegar a un sueldo, librar una tarde en uno de
ellos son unas pequeñas vacaciones y se me ha vuelto a ir de las manos.
gracias por sostenerme en las caídas, por enseñarme a jugar a cuerda y al ahorcado, mientras gasto vuestras vidas y las mías. ya sabéis.
Kiko