Me golpeaste
mil quinientos aletazos, mil quinientos polvos
amarillos, cada parpadeo,
mil quinientos aletazos, mil quinientos polvos
amarillos, cada parpadeo,
sin dudar,
sin cicatriz
de golosina.
había dejado
de quemarme en los mecheros,
la deriva del molino
la deriva del molino
no me hacía
sentir si no cosquillas y
tuviste que
venir a incendiarlo todo,
a consentir
tu ancla, tu onda expansiva de semicorcheas.
como el hombre
primitivo teme a la tormenta,
creí que era
dolor,
pero era pan
caliente.
has tenido
que llegar, arrasando con todo,
para hacerme ver lo estúpido y débil de mi torre de naipes,
para hacerme ver lo estúpido y débil de mi torre de naipes,
de mi dado
de seis ceros.
me has
pillado con la guardia baja, porque no conozco
otra manera de enamorarme,
otra manera de enamorarme,
que bajar
las manos.
y qué bien
has llegado, huracán, tropezón,
a imponer tu
latitud y tu
temperatura,
manchándolo todo de verano,
para hacerme
después besar la nieve.
no debiste
haberme hecho creer invulnerable.
hoy, cariño,
hay que hablar de lealtad y cocaína,
de
humanidad, de petróleo.
se me llenan
de paredes las arañas
y el pan
se ha
convertido en avispas
en la
lengua.
el cabezazo
es no-poesía si no-tú,
una ligereza
que mata de entusiasmo.
puedo
comerle la boca a la vida,
suficiente,
lamiendo
todos sus
venenos, mientras miro cómo te vas
y la nota
en el salón
con tinta roja.
las palabras
son ceniza que se vence contra el viento,
se me ahogan
de lágrimas, de azul,
las
mariposas.
el tambor
finge un sonido sordo y pálido de
rendición.
la vida es
una bandera negra,
una
autopista de peaje,
una muda de
piel,
mi bolsa
entera de canicas rodando por las escaleras,
una foto
velada.
en el bote
de nocilla sólo queda de la blanca.
me he atado
las manos, con bridas, a la espalda
para no
escribir tu nombre en el teléfono
y estoy
poniendo guapas las esquinas,
con todo
lo que me sobra dentro.
lo que me sobra dentro.
me dejo
rodar cuesta arriba, tumbado en el sofá
y no sé cómo
me caí del árbol, ni cómo matar
la tarde,
sin ser cómplice.
hundir el
plomo es imposible, como no creí
en las
mariposas.
si queda
algo de aliento, de calor,
como una
cuerda de piano que me sostiene
por el
cuello, con firmeza y no
me permite
caer
y aun
me hace
poder que creo
creer
que puedes
aparecer
si muere la
tormenta.
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