Esta mañana, en el curro, un niño caminaba torpe e inocentemente hacia la estantería donde descansan, a apenas unos palmos de su pequeña mano exploradora, unas pelotas de espuma de un vivo color verde, soportando una tensión inaguantable, a todas luces desdichadas en su estricto orden. El padre le ha recriminado: «¿Se puede saber qué haces? Haz el favor de estarte quieto.»
El niño, desde abajo: «Papá, si me abrazas, llego.»
Le miraba, intentando comprender quiénes somos los adultos para impedir rodar en libertad. Antes de aprender a pedir permiso, los niños son poesía sin querer.
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