viernes, 25 de octubre de 2013

ni de coña


La dependienta de la tienda de bricolaje me dijo que ni de coña. no sería capaz de taladrar nada que no fuera madera con ese de 40 pavos que estaba de oferta. tenía que comprar uno de 80 para arriba, con percutor- eso del percutor es una especie de motorcito que hace que la broca entre y salga- me explicó cómo entraba y salía la broca de la boca del taladro con las manos y la verdad es que no resultó nada sexy. me piré sin comprar nada. es demasiado dinero. así que me fui para casa pensando por qué coño me había comprado esa puta estantería en ikea, si no la iba a poder colgar en la vida. a ver quién me deja un taladro con percutor. qué esperaba, 8 euros y pico de estantería. no podía ser tan fácil.

esto del bricolaje debe ser para las familias de clase media, con un estupendo taladro  percutor, una enorme caja de herramientas verde, cuidadosamente ordenada  y un padre de familia aplicado, con brazos recios y una cojonuda barba pelirroja.

la historia empieza porque cada vez tengo más y más libros. hace tiempo que he decidido hacerme con una pequeña gran biblioteca personal, que me acompañe a dónde quiera que acabe viviendo y decore mis paredes y mis noches de insomnio. pero la pequeña habitación de la casa en la que vivo con mi madre, se va quedando pequeña.

el padre de Sonia me dejó su taladro, bastante viejo, pero con pinta de ser bueno. no entiendo, pero pesaba de cojones. no tiene percutor. me puse a ello el martes, que libraba.

lo primero es retirar toda la mierda que tengo en la habitación. aprovechando para tirar cosas que están ahí sólo para coger polvo. aparto los grandes bultos y me doy cuenta de la cantidad de cosas en las que he ido abandonando, poco a poco.

saco el cajón flamenco. qué bonito es, joder; de madera y pintado por los lados de negro brillante. marca Mario Cortés. lo compré con mi primer sueldo, en negro también. debía de tener 17 años. lo uso de taburete. saco la guitarra. ésta sí que me ha acompañado a sitios y con ella sí que he dado la tabarra a peña. me la prestó la hermana de un colega y hasta hoy. ahí se va extremo, y albertucho, y el pocho, y los delinquentes, y marea, y el calimocho, y los petas, y los viñarock, y el pueblo, y lo mal que canto y el parque a solas, y las noches de verano. el otro día me dijo que le molaría recuperarla. cualquier día se la bajo. le he cambiado las cuerdas dos veces, pero el otro día fui a cogerla después de meses de silencio y vi que se le había roto una y jamás la he vuelto a tocar. saco también la tabla de snow, de vez en cuando la desempolvo. saco los pies de gato. el raquetero Wilson. valía una pasta pero lo compré petao de precio en el curro por menos de 15 pavos. la raqueta de 200 a 9, 95. también abandonada.
entretanto, recordé cuando saque de la habitación todos mis juguetes, para poner cd’s y poster de los grupos que me molaban, de marihuana y de reivindicación política, revistas porno escondidas, algún libro y videojuegos. pasaron los años y tiré también todos los póster- también me dio pena. me quedé con algunos- para pintar la habitación y darle un toque más serio. tiré también las porno y algunos cd´s de cuando me cabreé con el rap por hacerse americano y dejar de ser punk.

ahora estoy aquí de nuevo, liberado de todas las cosas que he ido dejando también atrás, a  lo largo de los últimos años, para poner una preciosa y práctica estantería para mis libros.

tengo la pared repleta de agujeros que he hecho con el taladro del padre de Sonia, el suelo lleno de mierda y todo patas arriba.

la hija de puta de la tienda de bricolaje tenía también razón. no voy a poder. uno de los agujeros a dado con hormigón y no tengo cojones de meter la broca más adentro. además, varios de los tacos ni siquiera entran del todo y los he aplastado con un martillo.

y aquí estoy, a punto de tirar la toalla, otra vez. y dejar la pared hecha un cristo.

la de veces que das con algo, da igual si se llama hormigón, dependienta de una tienda de bricolaje, obligaciones, complexión anatómica, falta de talento, de fuerzas, de pasta, un bocazas, una adicción, que te coge de la cara y te dice: no puedes.

ya me estaba planteando a quién iba a regalar algunos de mis libros.
pero esta no es otra de mis historias de derrota, me cago en dios - me dije- creo que me he cargado la broca y tuve que cortar algún taco y buscar tornillos más cortos que los que te recomiendan en el catálogo los suecos, pero colgué la puta estantería.

al colocarlo todo en su sitio de nuevo, con la cantidad de cosas que tiré, no hubiese hecho falta este espacio extra. tenía sitio de sobra para mis libros y para bastantes más que aún no tengo. pero miro la estantería y me parto la polla de la guerra que me dio la hija de puta. y puedo recordarla cada vez que a alguien se le ocurra volverme a decir: no puedes.  la verdad, me ha venido debuti para colocar una colección que he empezado también de botellas de cerveza vacías.

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