Hemos discutido por teléfono. A los pocos minutos, hemos intentado demostrar, por wassap, que era una gilipollez. No nos hemos entendido.
Miraba después mi móvil, sobre
mi mano: un rectángulo negro con tacto de metal, inútil, y peleaba conmigo
mismo por marcar su número de nuevo. En lugar de eso, he mirado la batería (32%).
Después la hora, dos veces.
Llamar, a ciertas horas, y
arreglar malentendidos, no me cuesta dinero.
Paso. Ya se le pasará.
De vuelta a casa, esa misma
tarde, en la cabina de un locutorio, una familia de origen africano -debían ser
casi diez- se turnaba para decir hola a
alguien al otro lado que, supongo, debía estar a más de medio mundo. Les miraba,
a través del cristal, pasar el auricular deprisa y sonreír después. Me sentí fatal.
Sentí el bulto del móvil pegado a mí, en el bolsillo del pantalón. Sentí su
peso. Y decidí usarlo: las 19:36.
Me encanta Twitter porque me permite llegar por casualidad a blogs como este, en el que pienso quedarme.
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:)
Eliminarbienvenida a este pequeño rincón, que para mi demuestra mucho valor ... valor es un concepto subjetivo, como pequeño ... :)
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