viernes, 11 de abril de 2014

una ordenanza municipal, obliga los poetas de madrid a llevar la grandilocuencia atada y con bozal

con la poesía, como con la vida. la prefiero cuando es tibia,
sin pulir.
mi apuesta es ciega por las astillas decididas a quedarse,
por una fuga, sin planificación,
a través de las alcantarillas de este ígneo atardecer del extrarradio
y,
sobre todo, por el vuelo cabezota de mi mosca, contra la ventana,
por no caer sobre la realidad untosa
del desfile,
la flor muerta,
la ropa de domingo
y
todas esas cosas sabor fresa que, en verdad, no saben a fresa.

entonces, sólo
entonces, puedo terminar el poema -o dejar que él termine conmigo-
sin decir que toda la culpa es mía.

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