lunes, 5 de diciembre de 2016

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA




Le he preguntado a un niño de Afganistán
dónde
conduce el gran hilo de cobre de occidente.
Dice la inocencia no saber
nada del futuro.
En la escuela, ese tipo de palabras caen
de la pizarra, cuando explotan las paredes.
No sabe perdonar al árbol del jardín,
fallarles ante el plomo, ceder
al peso del misil sobre su hermano menor.


Interrogué sobre fronteras
a la última ballena jorobada.
Contestó que no recuerda
alguna vez nadar sin miedo,
nada
sobre hechuras de impunidad en aguas internacionales,
ni de la rabia acumulada en petroleros.
Apenas puede recordar dónde terminan
el arpón y las corrientes,
la red de dinamita.


Le he pedido al girasol
las cartas, las verdades
del trampolín de tiempo en lo transgénico.
y ha apartado la mirada,
hacia el atardecer de los mercados,
porque amenazan dieciséis humanos de agosto
masticando pipas.


Quiso explicarme Encarnación
el calor púrpura que nace en la mejilla,
el voto capital del matrimonio,
aquellos dieciséis añitos, lo tonta que ha sido,
lo bruto que era él.
No encontró, en la bolsa del pan
de la rutina, el alcohol y las palabras llave,
las tiritas. No encontró
la claridad, al filo de la noche ni del miedo.
Los golpes y el amor que come la madera
aún laten, como un reloj
de estiércol inflamable, dentro de sus huesos.


Después de dar la vuelta a la pelota,
estoy como he partido: ciego
y huérfano en respuestas.
Quizá no he acertado las preguntas,

o tropezado al entender
el idioma cifrado en el baile de la abeja;
los sueños que se enredan, torpemente, en alambradas;
el vuelo sin tripulación de la cigüeña,
su hipoteca de ceniza y entretiempo;
las instrucciones del chaleco salvavidas
con que viste el cascote polar;
el prospecto químico del cáncer de pulmón
sin maquillar del amazonas;
el vuelo helicoidal de las balas que hacen flor,
irremediablemente, sobre el pecho
de cada primera fila.


Se me ha echado el mundo encima.


Voy a tener que copiarle las respuestas
al motor de queroseno de un planeta
que no puede permitirse dudas,
que no sabe jugar sin destruir.
Las respuestas de la nube gris
definitiva, que no deja ver el cielo,
que amenaza convencida.

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