martes, 11 de junio de 2013

la brújula que perdieron las gaviotas


Encuentro defectos
terribles
en todas las mujeres
que puedo resumir en los míos más evidentes,
con la asquerosa facilidad de síntesis 
que tienen los espejos.

Sé perfectamente que puedo amar a cada una
y cortarme la lengua
o las huellas de los dedos,
sobre todo si soñé con ella
antes de conocerla,
por mi condición de sediento,
por mi condena a ser devorado cada noche
y cicatrizar si asoma detrás del horizonte
para que vuelva la sed.

Con ella es diferente,
es más sencillo.

Si hay defectos
desaparecen detrás de la primera sonrisa,
como la luz
de los eclipses,
Una sonrisa que te apunta a la cabeza y te pide
que saques la mano del bolsillo
muy despacio.
Una sonrisa
que persiguen las gaviotas
cuando se han perdido,
y yo, que jamás supe muy bien por dónde andaba,
caí en la cuenta, cuando apuré la última gota,
que hacía años que no sabía del mar.

Para unos cuantos,
que debemos nacer con un lunar en nosédónde,
la felicidad,
no es más que una palabra vacía
que llena otras bocas,
porque un perro al que han apaleado,
se tumba después,
como todos los perros,
a ver qué pasa,
pero ella hace pensar que, de existir,
la felicidad deba ser muy parecida
a este sensato desprecio
que empiezo a sentir
de nuevo
por la muerte.

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