Estábamos sentados en la plaza
bebiendo botellines,
como siempre.
A los diez minutos ya estábamos al día
de la vida de los demás.
Nos mirábamos y podíamos ver
que seguíamos siendo
los de siempre.
Algunos
aún se conservan bien.
Repasábamos anécdotas
de año tras año
en esa misma plaza.
Empezó a ponerse el sol
y a hacer frío.
Nos levantamos
cuando aún quedaban historias que repasar
en la memoria
y reír
hasta ver al sol salir
de nuevo.
Cuando nos fuimos a casa,
se podía adivinar,
en la manera de decir:
hasta la próxima,
la extraña sensación de que,
quizá,
la vida
no sea tan corta
como dicen.
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