Hoy me he
levantado decidido
a quitarle
los precintos policiales a la casa
y arrancar
las telarañas que acumulo
detrás del
esternón.
hoy era el
día, lo sé, de abrir todas las ventanas, de
pagar las
multas, de
cortarme el
pelo, incluso,
comprar ropa
y hacer
algo de
ejercicio.
te prometo
que he estado a punto.
cuando
apenas me quedaba medio soplo,
me ha picado
el maldito insecto de siempre, - ya sabes cómo va-
en el
preciso instante en que sostenía la escopeta de matar desastres,
con más firmeza
y determinación que nunca. (no hay nada
que pueda hacer contra ese
bicho)
inmediatamente
- sabes cómo va - me he tenido que sentar,
que se me
pone la cabeza carrusel,
agarrar lo
primero que he pillado
y ponerme a
rebatir, conmigo mismo, las razones
para no
decirte que
te quiero y
nunca sé cómo decírtelo.
te quiero,
sin la más
remota posibilidad de armisticio,
ni cinturón
de seguridad.
te quiero
nova, supernova y de rodillas. te quiero
sobre todo
cuando llueve.
te quiero si
eres traviesa, como un juego de cuchillos
de cocina, o eres
peligrosamente
suave.
te quiero
en cada uno
de tus césped, y si sientes
que te nace
alguna espiga.
te quiero
carmesí, porque no sé quererte tibia o parpadeo.
te quiero en
cada montón de escombros.
te quiero y
nunca sé cómo decírtelo.
te quiero
desde algún lugar remoto de mí mismo,
donde por fin
puedo
parar a
descansar, sin el ruido cruel del pensamiento.
te quiero
porque embriagas mi rutina,
untando mermelada
sobre el pan
de ayer y
el pan de
antes de ayer.
te quiero en
la ternura de los primeros brotes
y en la
lejana senectud del fin de invierno, porque no es
sí no a través
de la
escarcha, que el verano vuelve
con un ramo
de cerezas.
te quiero
cuando, cerca,
no se puede
distinguir dónde terminan mis cenizas
y empieza tu
espesura, tu apogeo.
te quiero
cuando, lejos,
una sombra
del guepardo de tu sexualidad
cuelga
inerte de una cuerda de tender, y
tengo que
decirle al viento que con eso no se juega;
que no estoy
aquí parapetado espantándole los pájaros. estoy
echándote de
menos.
te quiero
porque has puesto el clavel en las pistolas
en el punto
álgido de mi ficción melodramática, y
después,
te permites
mentir en el interrogatorio,
que no es
por ti que tiemblan mis cimientos, que no sabes nada
de una
bailarina, caballito de
mar y solo
de guitarra eléctrica.
parece,
entonces, que puedo seguir,
que recuerdo
mi directo de derecha, que
las
telarañas y precintos policiales trasparentan,
cuando, aun
bajo el efecto del veneno,
intento
decir que
(globo o plomo,
sangría o dínamo)
te quiero
y puede que no
te quiera bien, pero te quiero así.
nunca sé
cómo decírtelo.