domingo, 26 de mayo de 2013

Los perros y los niños sin bautizar no van al cielo


Me pregunto
si alguien mirará
con el deseo
con que yo la pienso
y sé
que miran miles de millones,
porque tienen ojos
debajo
de la frente
que sirven para no tropezar,
al avanzar por una fila interminable
o elegir el color de la corbata
y sé
que es
una pregunta estúpida.


Suspira la herrumbre visceral
de un planeta sin aliento
cuando agacha la cabeza,
vencida de currar,
mientras chirrían las máquinas del metro
y el engranaje de esta gran ciudad
nos mantiene
suspendidos
y
distantes.


Me doy cuenta que el deseo puede ser cosa de uno,
entonces  
                   es
ácido
goteo.


Cuando nadie más proyecta líneas convergentes,
la vida gana la partida
y mata
y pasan
los minutos, como estaciones,
sobre el tejido
gris
o
azul
de unos vaqueros.


Caracolea en el recuerdo
el sonido
de su paso frágil,
violentamente camuflado,
al mirar mis manos
curtidas
del betún velado
de la imaginación
y no tienen sentido,
ni
sirven para nada.


Hoy
está demasiado cansada
para lanzar piedras al cielo
sin remite.


Es una suerte que escapa al paladar quemado
del resto de viajeros
del anillo de serpientes,
que alguien
como ella
vuelva tan cansada
de currar,
pasando inadvertida.


No levanta la cabeza,
para no mostrar a éste hoy desaprensivo,
que tiene un mañana prometedor
en el bolsillo,
que
sólo le quedan veintitrés minutos.


No
tiene nada mejor que hacer
que esperar la siguiente parada,
resignada a ser,
hasta llegar a su destino,
la llave
que accione el detonante
para que muera el día.


Entonces sí,
levantar la mirada y decir:

ahora,
te jodes.


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