miércoles, 15 de mayo de 2013

tormenta eléctrica

Apenas se le entiende cuando habla.

Las crisis de ausencia,
que le sacuden 
casi 
de continuo,
le vencen,
como un muñeco roto,
contra el suelo
y le han marcado el rostro y la cabeza.

Está obligado a llevar casco
y moverse
sentado en una silla.

Su cerebro se colapsa
cada
veinte
segundos,
como una tormenta eléctrica.

Rellena cuadernillos de arañazos,
anotando las manzanas
que le quedan;
los pájaros
que no han volado.

Tiene cincuenta años:

todos los dibujos
son para mamá.

El otro día casi me desplomo
junto a él 
cuando le dijo a Mari Carmen,
mirándola de lado:
                        “señora,
                                     sonría”


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