martes, 21 de mayo de 2013

vuelva usted en siete días naturales


 Disimulaba una sonrisa detrás del mostrador, intentando ser amable. Mi notificación de denuncia, que no voy a poder pagar, llevaba varios días dando vueltas entre oficinas de correos, carritos amarillos con ruedas y manos que cuentan semanas para la jubilación. El martes pasado, mi carta no estaba. Puede ir usted a esta otra oficina. Tampoco estaba. El miércoles fue fiesta. El martes de la semana siguiente, hoy, mi día libre, vuelvo. Al parecer, soy el número B 608. Me toca. Entrego papelitos por debajo del cristal y oigo de boca de una señora de la que no acertaría a calcular la edad, que hoy tampoco está la carta. La han devuelto. Sigo intentando parecer amable. No sé si sabe dónde puedo encontrarla. Espera, le pregunto a mi jefe (…) la puede recoger con éste otro papelito en la dirección que pone en el primer papelito(Madrid). Verá, le comento: pasé el martes pasado, no estaba. Me dijeron que en esa otra oficina. Tampoco estaba. El miércoles fue festivo. No he librado desde entonces, han pasado justo siete días naturales y no, no ha podido venir nadie a recogerla en mi nombre. Otra señora, desde otra ventanilla, oye la conversación y se entromete: ya le ha dicho mi compañera dónde tiene usted que recoger su carta. Me miraba por encima de unas horribles gafas sujetas a su nuca arrugada por cordoncitos. De ésta otra sí podía calcular la edad: era vieja. Obvié descarado el inciso de la vieja arrugada y seguí consiguiendo que mi tono de voz me mostrara tranquilo. Si voy hoy, ¿estará? El jefe oye la conversación desde otra ventanilla, se acerca y habla para nadie, muy bajito, en dirección al cristal de metacrilato antipersonas: ve a ver en las salidas de hoy, en la mesa de Manolo. La primera de las señoras con sonrisa y sin edad, se levanta. Camina pesada, como si sonreír vaciara su energía sobre la silla rotatoria y una pantalla de luz azul le hubiera hecho envejecer, también azul. Me deja un par de minutos muy tensos a solas con el marcador de letras rojas sobre mi cabeza: B 608. Vuelve lentamente. En el extremo de un brazo que cuelga de un cuerpo descuidado, sujeta mi carta, como si pesara demasiado. El sobre está cerrado, no puede saber que pesa 600 euros. Además, sólo debería pesarme a mí, está fingiendo. Déjame el DNI y firma aquí. Entiende que, sin el permiso de mi jefe, no puedo coger las cartas de la mesa de salidas. Sonríe. Sonrío. Gracias. Adiós.

 Ésta España debe parecerse mucho a la que hizo, entre otras razones de peso, que Larra se volara la cabeza con 27 años. Lo he estado pensando. No coincido en muchas cosas con Larra, él sí creía en una España mejor. En un arranque momentáneo de cordura, he decidido que yo, en su lugar, hubiese disparado hacia delante. O hacia arriba.

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