miércoles, 20 de marzo de 2013

Un campo de concentración taxidermista


No conocer mis limitaciones
no me hace capaz de volar.

He intentado tantas veces 
reproducir el instante que permanezco 

suspendido, 

que no he conseguido más que agotar la mecha
para el único momento
en que me siento vivir,
como una combustión impetuosa,
de dentro a fuera,
violenta
de deseo visceral.

El resto del día
puede resumirse
como una muerte insuficiente
en determinación
y puntería,
como 
un grifo

que

                   gotea.

Mientras,
ahí fuera,
nadie
necesita prometer que va a intentar ser mejor persona.

Miro
y me doy cuenta que,
la mayoría de veces,
la vida te deja sin dientes demasiado temprano,
cuando aún quedan muchas cosas
muy duras
que masticar.

Hay que dar a Darwin la razón,
aunque les joda.
Y a los documentales en que muere
el antílope más lento
que oigo gemir aunque cambie de canal.

La naturaleza no es cruel
es su manera de administrar justicia
y no es menos arbitraria que la nuestra
y más objetiva.

No podemos imponer el caos dentro de una oración determinista,
en la que la mejor manera de desenvolverse
es el camuflaje,
y dejar al mundo que se destruya alrededor.

Porque al final la vida
es aprender lo imprescindible
para seguir pareciendo
imprescindibles.

Mientras el mundo se parece cada vez más
a un gigantesco campo de concentración
taxidermista.

Nosotros somos sólo
trozos de corcho
y alfiler
Nuestra historia 
El amor
Y la poesía,
sobre nosotros:

Mariposas muertas

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