martes, 16 de mayo de 2017

EL JARDINERO



Cualquiera
puede beber una botella de whisky cada tarde,
bajar corriendo por las escaleras,
escribir el mejor poema del nuevo siglo.

Cualquiera puede alcanzar la estantería de puntillas,
conducir un helicóptero.
Cualquiera
puede llegar a ser el dueño de una multinacional,
domador de cóndores,
presidente de algunos estados unidos que haya por ahí.

Es lo que le salvó de ser cualquiera,
lo único por lo que puede merecer la pena todo este lío:
la mirada inmensa con que el abuelo brilla,
sobre cualquier horizonte lejano o inmediato
- parece que un melocotón de ojos azules
se hubiese comido a mi abuelo-
porque sabe que dedicó cada segundo
a que ella no perdiera la sonrisa
entre el montón de ropa del recuerdo.

Y haberlo conseguido,
después de todos los tramos de escaleras,
del barro endureciéndose en la piel,
después incluso del noventa y uno,
como si hubiese sido un paseo,
sin darse mayor importancia
ni más gloria.
Con la redonda dedicación de un jardinero
para el que nada más alrededor
parece tener ningún sentido.

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