domingo, 21 de mayo de 2017

UN VIOLÍN, UN DOS Y UN PÁJARO




Tengo los párpados preñados,
cremalleras de tormenta;
me tiritan los tornillos
en un escalofrío atemperado;
lamen mis poros
lenguas de lagarto afiladoras,
melancolía sin justificante médico
y droga domadora de volcanes,
en un cóctel de voluble estabilidad.

Basta, para rasgar el vientre de la bañera,
deliciosamente insoportable,
el vibrar de cimientos
que apuntala en su muñeca
líquida
el violinista de la estación de Alonso,
atra-besándome con su arco de ébano y caballos.
Basta, para encender ventiladores de espuma
y dejar caer pedrusco sobre el peatón accidental,
la señora que siempre va delante en el bus,
corrigiendo el testarudo dos en un sudoku,
su raíz de pelo sin tintar, su risa nerviosa.

Basta,
para liberar cataratas de mercurio en las campanas,
que huya el gorrión de nuestros pasos:
No me conoces, compañero,
no soy el estrépito y las trampas del humano,
soy más gusano que ascensor.

Tanto reconforta, sin embargo, saber
que un violín, un dos, un pájaro,
pueden destruir a un hombre,
arrastrarle en los torrentes del deshielo,
tumbar las atalayas de su civilización,
dotarle de la intrascendente levedad
de una libre y juguetona
brizna de aire,
que arrastra el periódico de ayer.

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