Estoy haciendo añicos las estatuas,
leña
del hogar,
con
los motivos, naufragios poemas
por
no admitir que vence el blanco ruido,
hollín
en las arterias.
Las
tres brujas advirtieron, general,
de
tu ambición.
La
voz-anuncio recomienda medicinas.
Vence
a tu oblicua luz mi subsuelo
de
canastas sobre la bocina.
De
momento
no
es la muerte, no definitiva.
Un
descuido a veces pone las sonrisas amarillas.
No
nos podemos permitir la confusión: el amor -la lucha-
no
es un animal de compañía,
un
reservé, un zapato viejo,
un
proyecto de vejez,
un
estampado en guerra blanda.
No
nos podemos permitir el frío: tan cerca de la cama
especular
con el valor del pan.
Me
faltan valor y horas de vuelo para afrontar la rotación.
Tú
eres el hambre y las panteras. Sólo voy detrás,
muerto
de miedo y manchas de humedad.
Tanta
noche tanta duda tanto puto especialista
tan
inaccesible el hueco para respirar entresemanas,
en
la escurridiza deglución de las ciudades.
Centrifugando
olvido qué bonita estás en el balcón,
qué
azul tu vértigo, tu juego de esperanzas.
Le
sobran precipicios a tus ojos y es mi culpa,
de mi vida en mate, de mi hostil velocidad.
Luzco alambradas abrazando cada flor,
una trinchera cobarde de narcóticos te quiero
un gris acogedor pero insondable.
de mi vida en mate, de mi hostil velocidad.
Luzco alambradas abrazando cada flor,
una trinchera cobarde de narcóticos te quiero
un gris acogedor pero insondable.
Le
tengo que pedir todo el empuje de la fe y las cumbres,
a este puñado de inútiles palabras
que no piden perdón, piden
a este puñado de inútiles palabras
que no piden perdón, piden
en
una bolsa para el té,
cuarenta mil kilómetros de cielo.
cuarenta mil kilómetros de cielo.
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